ARTÍCULO OBTENIDO DE LA PÁGINA WEB DE PILAR RAHOLA
Es sorprendente que, siendo la última de las tres grandes religiones monoteístas, el islam resulta ser la más anticuada y la más regresiva. Y sobre todo, es alarmante lo difíciles que le resultan los retos de la modernidad.
Una de las cosas más horribles que he podido ver ha sido la aid al-adhá que se celebraba en Argel el día que yo estaba por allí. La fiesta del sacrificio implicaba la matanza de miles de corderos y no precisamente con los métodos asépticos que se han utilizado en Barcelona. Para evitar herir la sensibilidad de mi propio ordenador, ahorraré detalles. Pero lo cierto es que en la práctica totalidad del mundo islámico, ésta es una fiesta bastante salvaje. Teniendo en cuenta que recuerda el sacrificio de Abraham, que estuvo a punto de inmolar a su único hijo, Isaac, por petición de Dios y que finalmente pudo inmolar un cordero, sin duda no parte de un hecho demasiado simpático. Un hecho, además, que es común a la tradición de las tres religiones monoteístas, no en vano Abraham es uno de los grandes patriarcas judíos y marca, con su poderosa presencia, tanto la Tora como la Biblia. Sin embargo, la diferencia entre cristianos y judíos por una parte, y el islam por otra, es que los primeros han sido capaces de hacer evolucionar sus símbolos y sus mitos, y no se dedican a sacrificar a miles de animales para poder honrar a Abraham. Es sorprendente que, siendo la última de las tres grandes religiones monoteístas, el islam resulta ser la más anticuada y la más regresiva. Y sobre todo, es alarmante lo difíciles que le resultan los retos de la modernidad. Pero, corderos aparte, la fiesta que se ha celebrado esta semana con participación masiva de musulmanes en el polideportivo del Raval y con la novedosa retransmisión del Canal 33, ha representado un acto público, multitudinario y, al parecer, impune de sexismo religioso, y en el caso que nos ocupa, un espectacular acto de propaganda integrista. Teniendo en cuenta que se ha hecho ante los ojos encantados de algunos concejales del Ayuntamiento y del simpático diputado socialista Mohamed Chaib, con la presencia de la directora de Asuntos Religiosos, Montserrat Coll (la misma que no tuvo tiempo para ir al entierro de un prestigioso monje de Montserrat), y bajo los focos rutilantes de la televisión, resulta obligada una reflexión crítica y preocupada de la cuestión. Veamos. ¿TV-3 tiene que retransmitir una fiesta importante de la religión musulmana? Sin ningún paliativo, sí, en la medida en que retransmite misas católicas, que contextualiza la retransmisión en un programa religioso, Signes dels temps, y que la realidad de una sociedad plural y multiétnica como la nuestra obliga a entender las nuevas culturas que nos definen. No tengo, por tanto, ningún motivo para estar en contra de la idea de esta retransmisión, en la medida en que conocernos mutuamente será la forma más directa y seria de convivir sanamente. Pero estoy radicalmente en contra de que, en el momento de escoger el ritual, una televisión pública y unos representantes públicos asuman como normal que dicha fiesta tenga que ser un ejercicio público de discriminación de la mujer. ¿Por qué aceptamos las reglas de juego sexistas del imán de la mezquita Arc del Teatre, el señor Abdulrashid Cherifi? Dicen las crónicas que las únicas mujeres que pudieron entrar al acto fueron las periodistas y la secretaria de Asuntos Religiosos. Mohamed Iqbal, secretario de la organización Camino de la Paz, no paraba de explicar: "Cataluña es nuestra tierra y hemos de vivir en hermandad", y desde estas líneas no podemos hacer otra cosa que darle razón. Es más, aplaudirlo. Pero Cataluña también es la tierra de las mujeres musulmanas que habitan en ella, y ni es de recibo que los imanes que nos llegan (los de la fiesta no sabían ni catalán ni castellano) las segreguen, ni es posible que no nos indigne su segregación. Éste no es un tema baladí. Precisamente porque la adecuada consolidación de una sociedad multiétnica pasa por una rigurosa cultura del respeto y la convivencia, también pasa por una radical asunción de los derechos fundamentales. El islam tiene un problema serio con la mujer, y no sólo en los países no democráticos. Lean, por ejemplo, el magnífico artículo de Joaquín Prieto en EL PAÍS titulado Crece el poder machista en los guetos franceses, donde explica la preocupación del Parlamento francés ante este fenómeno: "expulsadas de las zonas de ocio, obligadas por los hombres a llevar velo, víctimas en miles de casos de violencia sexual y poligamia", las mujeres musulmanas francesas están perdiendo sus derechos. Es un hecho sin discusión que la mirada más integrista del islam es misógina y es la responsable de que millones de mujeres estén condenadas, por ley, a la semiesclavitud. Que ese mismo planteamiento integrista se aprovecha de los resquicios de las sociedades democráticas para reducir al mínimo los derechos femeninos es algo que ya existe, sorda pero activamente, en nuestros propios barrios. La fiesta del sacrificio, en el polideportivo del Raval, fue un magno acontecimiento religioso. Pero, de la mano de la religión, fue un público y rotundo acto de discriminación. Ante nuestras narices. Encantados de estar allí. Incluso ante las narices femeninas de la ínclita Montserrat Coll. ¿Podemos ser tan ingenuos? Me dirán que la misa católica también es discriminatoria, y encontrarán en mí una convencida. Decenas de artículos he escrito al respecto. Pero, hoy por hoy, la religión católica no marca las leyes de decenas de países, no somete a las mujeres a códigos penales lamentables y despóticos, y no está a favor de su segregación política y social. Y sobre todo, no está en la base de una ideología que, con la excusa de Dios, conduce a jóvenes fanáticos por los caminos de la muerte. De manera que, por mucho que nos preocupe el Papa de Roma, poco que ver con la preocupación que, hoy por hoy, nos produce el islam radical. Justo ahora, cuando empezamos a entendernos y a conocernos gentes de diversas culturas, es cuando tenemos que sentar las bases de la convivencia. Derechos y deberes, éste es el binomio de la libertad. Y si una de las partes no está dispuesta a asumir la enorme complejidad de la libertad, no puede ser un interlocutor. El tema de la mujer es central, porque es la piedra angular del islam democrático o, en su defecto, del islam intolerante. De ahí que según qué concesiones al sexismo sean dinamita para la democracia. Cuidado con los interlocutores que escogemos. Y mucho cuidado con nuestro paternalismo |
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