Siempre me ha resultado difícil de entender esa especie de desequilibrio cognitivo-emocional que muestra Europa acerca del conflicto judío-árabe. Por un lado, no puede negar la trascendencia de Israel como única democracia avanzada de Oriente Medio, ni la enorme relevancia del estado israelí desde el punto de vista económico, comercial y de innovación tecnológica y científica. Pero, por otro, se siente débil, insegura y perdida cuando la ciudadanía le exige acción y respuestas sobre las víctimas civiles de los territorios ocupados, la pobreza persistente, los bombardeos, la devastación desoladora que nos avergüenza a todos.