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martes, 26 de noviembre de 2013

Un cuento de Hanoucca





El violinista, Marc Chagall


                                           Isaac Bashevis Singer(Premio Nobel de Literatura, 1978)
La nieve de Jelm

Jelm era una aldea de tontos: tontos jóvenes y tontos viejos. Una noche alguien espió a la Luna, que se reflejaba en un barril de agua. La gente de Jelm imagino que había caído allí. Sellaron el barril para que la Luna no se escapara. Cuando a la mañana se abrió el barril y la Luna no estaba allí, los aldeanos decidieron que había sido robada. Llamaron a la policía y cuando el ladrón no pudo ser hallado, los tontos de Jelm lloraron y gimieron.

De todos los tontos de Jelm, los más famosos eran los siete ancianos.Como eran los más viejos y los más grandes tontos, gobernaban en Jelm. Tenían barbas blancas y frentes muy anchas, por pensar demasiado.

Una vez, durante una noche de Janucá, la nieve cayo continuamente. Cubrió todo Jelm como un mantel de plata. La Luna brilló, las estrellas titilaron y la nieve relució como perlas y diamantes.

Esa noche los siete ancianos estaban sentados y reflexionando, mientras arrugaban sus frentes. La aldea necesitaba dinero, y no sabían dónde obtenerlo. Repentinamente, el más anciano de ellos, Gronam el Gran Tonto, exclamó:

- ¡La nieve es plata!

- ¡Veo perlas en la nieve!- gritó otro.

- ¡Y yo veo diamantes!- agregó un tercero.

Para los ancianos de Jelm resultaba claro que había caído un tesoro del cielo.

Pero pronto comenzaron a preocuparse. A la gente de Jelm le gustaba caminar, y ciertamente terminarían por pisotear el tesoro. ¿Qué se podía hacer? El tonto Tudras tuvo una idea.

Enviemos un mensajero que golpee en todas las ventanas y comunique a todos que deben permanecer en sus casas hasta que se haya recogido la plata, las perlas y los diamantes.

Durante un rato, los ancianos quedaron satisfechos. Se restregaron las manos y aprobaron la astuta idea. Pero entonces Dopey Lekish hizo notar con aflicción:

- El mensajero mismo pisoteará el tesoro.

Los ancianos comprendieron que Lekish tenía razón y otra vez arrugaron las frentes en un esfuerzo para solucionar el problema. - ¡Ya lo tengo! -exclamó Shmerel el Buey.

- ¡Dinos, dinos! -rogaron los ancianos. El mensajero no debe ir a pie. Debe ser transportado sobre una mesa, para que sus pies no toquen la preciosa nieve.

Todos quedaron encantados con la solución de Shmerel el Buey, y los ancianos, batiendo palmas, admiraron su propia sabiduría.

Los ancianos enviaron inmediatamente a alguien a la cocina a buscar a Gimpel, el chico de los recados, y lo pusieron sobre una mesa. ¿Y ahora quien habría de transportar la mesa? Fue una suerte que en la cocina estuvieran Treitle el cocinero, Berl el pelador de patatas, Yukel el mezclador de ensaladas y Yontel que cuidaba a la cabra de la comunidad. Se les ordenó a los cuatro que llevaran la mesa en la que Gimpel estaba de pie. Cada uno sostuvo una pata. Arriba estaba Gimpel con un martillo de madera, para golpear en las ventanas de los aldeanos. Salieron.

En cada ventana Gimpel golpeaba y decía:

- Nadie debe dejar su casa esta noche. Ha caído un tesoro del cielo y está prohibido pisarlo.

La gente de Jelm obedeció a los ancianos y permaneció en sus casas durante toda la noche. Entretanto los propios ancianos se sentaron, tratando de imaginar como harían mejor uso del tesoro, una vez que lo recogieran.

El tonto Tudras propuso que lo vendieran y compraran una gansa que pusiera huevos de oro. Así la comunidad tendría un ingreso fijo.

Dopey Lekish tuvo otra idea. ¿Por qué no comprar anteojos que hicieran parecer más grandes todas las cosas a los habitantes de Jelm? Las casas, las calles y las tiendas parecerían más grandes y desde luego, si Jelm parecía más grande, pues entonces sería más grande. Ya no sería una aldea, sino una gran ciudad.

Aparecieron otras ideas igualmente ingeniosas. Pero mientras los ancianos sopesaban sus diversos planes, llegó la mañana y brillo el Sol. Miraron por la ventana y, caramba, vieron que la nieve había sido pisoteada. Las pesadas botas de los porteadores de la mesa habían destruido el tesoro.

Los ancianos de Jelm asieron sus blancas barbas y admitieron que habían cometido un error. ¿Quizás, razonaron, otras cuatro personas debían haber llevado a los cuatro hombres que llevaron la mesa en la que estaba Gimpel, el chico de los recados?

Tras largas deliberaciones los ancianos decidieron que, si durante el próximo Janucá, llegaba a caer otro tesoro del cielo, eso era exactamente lo que habrían de hacer.

Aunque los aldeanos se quedaron sin tesoro, estaban llenos de esperanzas para el año siguiente y elogiaron a los ancianos, con quienes sabían que se podía contar para encontrar una solución, por muy difícil que fuera el problema.


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