Resulta curioso que un medio como El País, diario español que en múltiples ocasiones ha faltado a la verdad a la hora de tratar las noticias referidas a Israel, haya publicado un artículo tan objetivo como el que les ofrezco. Sin duda fruto de tratarse de un artículo de la sección de Tribuna, en el que el creador del mismo suele tener libertad de publicación. Sea cual sea la razón, es muy adecuada su reproducción en nuestras páginas.
En concreto,
el análisis de los incidentes antisemitas en Francia observa un 58% de aumento
en ese periodo y que la mitad de todos los actos racistas que se cometen en el
país están dirigidos contra los judíos, a pesar de que estos no constituyen más
que el 1% de la población. El suceso más escandaloso del año pasado fue el
asesinato de cuatro judíos, entre ellos tres niños pequeños, delante de un
colegio judío de Toulouse.
Un informe
reciente de la Universidad de Tel Aviv llega a la conclusión de que el número
de incidentes de antisemitismo en Europa aumentó un 30% entre 2011 y 2012.
Además, hay
en la actualidad dos partidos políticos cuyos programas contienen una gran
agresividad antisemita y xenófoba que están representados en los Parlamentos de
dos Estados miembros de la Unión Europea: Jobbik en Hungría y Amanecer Dorado
en Grecia. A ellos hay que añadir, en otros países europeos, otros movimientos
políticos extremistas que han logrado ciertos triunfos a escala regional y
local.
Como
destacaba el periódico británico The Independent en un editorial del 5 de mayo
sobre Jobbik, “los populistas húngaros han surgido de la nada en solo unos años
gracias a sus acusaciones de que la culpa de todos los males del país la tiene
el enemigo interior, que, en su caso, consiste en medio millón de gitanos y
100.000 judíos”.
Por su
parte, Amanecer Dorado, para impulsar su programa, invoca imágenes de tipo nazi
al tiempo que demoniza a judíos e inmigrantes, lo cual hace aún más
incomprensible su éxito relativo en un país que sufrió la brutal ocupación del
Tercer Reich.
Asimismo,
las encuestas muestran que persisten actitudes antisemitas muy arraigadas en
ciertos países de la UE, en particular en España y Polonia.
Y, por si
fuera poco, el antisemitismo se extiende por el ciberespacio, un fenómeno que
ha empujado al menos a un Gobierno, el francés, a estudiar qué medidas
enérgicas puede tomar para combatirlo.
Por último,
la campaña para demonizar y deslegitimar a Israel es cada vez más intensa.
No hablo de
quienes critican políticas concretas de Israel, que forman parte normal de la
vida en cualquier país democrático. Me refiero a lo que la Agencia de los
Derechos Fundamentales de la UE define como antisemitismo: “Negar al pueblo
judío el derecho a la autodeterminación”, “emplear un doble rasero al exigir a
Israel un comportamiento que no se espera ni se requiere de ningún otro país
democrático”, “utilizar los símbolos y las imágenes del antisemitismo clásico
para caracterizar a Israel y los israelíes” y “equiparar la política israelí
contemporánea con la de los nazis”. La expansión del antisemitismo en Europa
está alimentada sobre todo por tres sectores: la extrema derecha, jaleada por
las inquietudes sobre la crisis económica y la inmigración creciente; la
extrema izquierda, que se niega a aceptar el derecho de Israel a existir; y los
musulmanes que apoyan el odio hacia los judíos e Israel. En relación con este
último grupo, un estudio reciente en Bélgica descubrió que casi la mitad de los
adolescentes musulmanes mantienen posturas antisemitas.
Con todos
los problemas que padece Europa, ¿por qué debe preocuparle este? Las razones
están muy claras.
Europa sabe,
más que ningún otro continente, lo que es la resbaladiza pendiente del
antisemitismo, cómo empieza y adónde puede llevar. Además, la historia nos
enseña que, si bien el antisemitismo comienza con los judíos, acaba poniendo en
peligro el bienestar de países enteros.
Y, por
último, la UE ha respondido a los siglos de guerras y persecuciones sufridos en
Europa con su defensa de los valores humanistas. Luego es indudable que hay que
hacer algo cuando esos valores están amenazados. No existe ninguna solución
infalible para la vieja patología del antisemitismo, pero reconocer que existe
el problema es un buen punto de partida.
Parece obvio
y, sin embargo, ese reconocimiento topa con cierta resistencia. Algunos
responsables europeos prefieren creer que los ataques contra judíos son actos
de “vandalismo”, no antisemitismo. Otros dedican horas interminables a poner en
tela de juicio la metodología de las encuestas, en vez de digerir unos
resultados que nunca dejan de ser preocupantes. Y otros prefieren debatir hasta
la náusea dónde está el límite entre las críticas “legítimas” e “ilegítimas” de
Israel, en vez de reconocer la cruda realidad de que, demasiadas veces, el
sentimiento antisemita dirigido contra un judío como persona acaba
traspasándose al Estado judío de Israel.
Es necesario
movilizar a las naciones democráticas en sus cuatro niveles: (a) los órganos
regionales, como la UE, el Consejo de Europa y la OSCE; (b) el Estado, con su
autoridad política, sus fuerzas del orden, su aparato judicial y su sistema
educativo; (c) la sociedad civil, en especial los grupos religiosos, las
organizaciones de derechos humanos y los medios de comunicación; y (d) las
personas de buena voluntad.
Desde luego,
existen muchos ejemplos actuales de movilizaciones así. La OSCE cuenta con un
representante especial encargado de la lucha contra el antisemitismo. Hay
dirigentes cristianos y musulmanes que demuestran su solidaridad con los
judíos, y viceversa, y todos ellos tratan de combatir la intolerancia. Y vemos
producirse muestras espontáneas de buena voluntad como la de los estudiantes
italianos que defendieron a una compañera de clase judía ante las escandalosas
palabras de su profesora.
Sin embargo,
el problema está extendiéndose y son necesarias muchas más acciones de este
tipo, en todas las instancias y en todos los países. Porque lo que está en
peligro no son únicamente los judíos; es la propia estructura de la sociedad.
David Harris
es director ejecutivo del Comité Judío Americano (AJC).
Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia.
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