Ha sido el escándalo de esta semana. Una verdadera bomba de hidrógeno contra el pensamiento correcto y la beatería mallorquina, que se ha visto sorprendida y abrasada por su deslumbrante ola expansiva. De Palma sólo quedan cuatro ruinas humeantes entre montañas de cadáveres, mientras que los escasos supervivientes huyen horrorizados hacia los pueblos de la sierra, sin saber que serán presa de la locura del buitre. Les aguardan paisajes mutilados, una belleza inhumana y real como el dolor.
Al pobre desgraciado y responsable primero de esa hecatombe le han llamado de todo menos guapo. Desde ultraderechista hasta neofascista, la prensa multicolor ha agotado todas las descalificaciones. Digámoslo, pues, de una vez: Holger Apfel es un perfecto nazi, el yerno que querría toda vil suegra, tradicional, de libro, banal, con el cerebro relleno de manteca y nocilla, regordete y campechano, de los que cree en la superioridad de los ojos azules y su helado fulgor, de la cabellera de oro pelo y las sandalias con calcetines blancos. Un nazi de verdad, con denominación de origen alemana, con más pedigrí ario que el más albino de los primates, que por fin ha encontrado, como todo buen canalla que se escuda en el patriotismo, su último refugio en Mallorca. Y más concretamente, como no podía ser de otra manera, en la Playa de Palma, donde ha abierto con su mujer una cantina llamada «Maravillas».
Poco importa si Apfel huyó de Alemania por abalanzarse sobre dos jugosos mancebos de veinte años, o si llegó a la isla por no ser soportado ya ni por sus camaradas nacionalsocialistas. Y tampoco hay que alarmarse porque un nazi se dedique a la hostelería; no sería el primero ni será el último. Ahora bien, esa imagen del nazi que sonríe satisfecho mientras sirve a sus compatriotas unos cubatas bien recargados tiene algo de siniestro. Sin saber nada de español, catalán, ni inglés y balbuceando un alemán que le hace parecer todavía más idiota de lo que es, este individuo ha encontrado en Mallorca su nuevo hogar. El caso inverso es imposible. ¿En qué se ha convertido la isla? ¿Qué hay detrás de esta grotesca escena? ¿Qué macabros mecanismos la hacen posible? Como en las buenas películas de suspense, lo que da verdadero pavor es lo que no vemos, lo que sólo se puede intuir. Pero eso nunca será noticia, pues revelaría demasiado sobre lo que somos, sobre lo que nos hemos vuelto con los años, sobre lo barata que fue nuestra alma. Así pues, entonemos juntos: «Bienvenido seas, Holger».
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