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domingo, 12 de enero de 2014

El Rebe a Ariel Sharón








Carta de condolencias del Rebe de Lubavitch a Ariel Sharón
(Traducción libre)
 
Por la Gracia de D-os
13 Tishrei, 5728 [17 de octubre de 1967]
Brooklyn, N.Y.
 
Al Sr. Ariel Sharón
 
¡Saludos y Bendiciones!
 
Estuve profundamente dolorido al ver en la prensa sobre la trágica pérdida de su joven y tierno hijo, que en paz descanse. No podemos sondear los caminos del Creador. Durante un tiempo de guerra y peligro Ud. fue salvado – de hecho fue entre los que lograron la victoria de nuestra nación, los Hijos de Israel, contra nuestros enemigos, en la cual “los muchos fueron entregados en manos de los pocos, etc.” – y no obstante, durante un período de quietud y en su propia casa, ¡ocurrió semejante tragedia! Pero no es de sorprenderse que un ser creado no pueda comprender los caminos del Creador, Quien nos trasciende infinitamente. De hecho, tampoco nos sorprendería cuando un pequeño niño no puede comprender los caminos de un gran y venerable sabio de edad avanzada, aunque la brecha que separa entre ellos es limitada.
 
Obviamente, lo antedicho no tiene como objetivo minimizar de manera alguna la magnitud del dolor y sufrimiento. Le transmito mi participación, a pesar de la distancia geográfica.
 
A primera vista parecería que nos encontramos distantes el uno del otro no sólo geográficamente, sino también – o especialmente – en el sentido de no ser familiarizados, inclusive ignorantes de nuestra existencia, hasta los "Seis Días", como llegaron a conocerse, cuando Ud. adquirió fama y fue celebrado como comandante y defensor de nuestra Tierra Santa y sus habitantes, y como una persona de características personales elevadas y D-os, bendito sea, brilló su gloria sobre Ud. y lo bendijo con éxito en sus actividades hasta una victoria de proporciones inesperadas.
 
Pero, basándome en el fundamento establecido en la vida de nuestro pueblo a lo largo de la historia, que todos los judíos son hermanados - la fama que Ud. recibió sirvió para revelar algo que existió también antes, o sea la hermandad de todo el pueblo de Israel, incluyendo tanto al judío que vive en la Tierra Santa como en la Diáspora - es que me urgió escribir las palabras arriba mencionadas a Ud. y su familia.
 
Otro factor que me motivó escribir esta carta es la tremenda inspiración que Ud. ha despertado en los corazones de muchos de nuestros hermanos al colocarse los Tefilín frente al Muro Occidental, acto que gozó de publicidad y resonó poderosa y positivamente en las diversas franjas de nuestra nación, tanto en lugares cercanos como también lejanos.
 
Un punto de consuelo aun ante una tragedia de la magnitud mencionada – de hecho, más que simplemente un punto – se encuentra expresado en la fórmula [de consuelo] tradicional, consagrada por decenas de generaciones de Torá y tradición de nuestro pueblo:
 
“Que el Omnipresente lo consuele entre los demás dolientes por Sión y Jerusalén.”
 
A primera vista, llama la atención ¿cuál es la conexión entre las dos cosas [el doliente a quien es dirigida esta bendición y los dolientes por la destrucción de Jerusalén]? Pero, como mencionado, en esta formula se expresa el verdadero contenido del consuelo: Así como el duelo por Sión y Jerusalén es compartido por todos los hijos e hijas del pueblo de Israel donde sea que estén, aunque es más palpable para aquel que vive en Jerusalén y ve al Muro Occidental y al Sagrado Templo en ruinas que para aquel que se encuentra físicamente lejos de ello, no obstante, aun aquellos que están lejos experimentan gran dolor y duelo. Lo mismo ocurre en cuanto al duelo de un individuo o familia. El consuelo está en el hecho que todo el pueblo participa de su dolor, porque como dijeran nuestros sabios de bendita memoria, todo el pueblo judío compone un organismo integral.
 
Otro punto y principio, expresando un doble consuelo, es que así como, sin ninguna duda, D-os reconstruirá las ruinas de Sión y Jerusalén y reunirá a los dispersos de Israel de todos los confines de la tierra por medio de nuestro justo Mashíaj y los llevará con cánticos para ver la alegría de Sión y Jerusalén, así también en cuanto al duelo personal, cumplirá con su palabra de “Levántense y canten, los que reposan en el polvo” (Isaías, 26:19) y grande será el regocijo, un regocijo verdadero, cuando todos se encontrarán al realizarse la Resurrección de los Muertos.
 
Hay todavía un tercer punto en esto: Así como en relación a Sión y Jerusalén, los romanos – y antes que ellos, los babilónicos – dominaron únicamente al Templo construido de madera y piedra, plata y oro pero el Templo "interior" que se halla dentro del corazón de cada hombre y mujer judío no está bajo dominio de las naciones y es eterno, así también en cuanto al duelo del individuo: la muerte domina nada más que al cuerpo y aspectos físicos del fallecido, pero el alma es eterna; meramente ascendió al Mundo de la Verdad. Es por eso que cualquier acto de bien [realizado por el doliente] que concuerda con el deseo del Dador de vida, D-os, bendito sea, agrega al deleite del alma, como también a su mérito y beneficio.
 
Que sea la voluntad de D-os que de aquí en más Ud. y su familia no sepan más dolor y sufrimiento y que en sus acciones en pos de la defensa de nuestra Tierra Santa, “la tierra sobre la cual los ojos de D-os están fijados desde el comienzo del año hasta el final del año” (Deuteronomio, 11:12), como también en su vida personal - en su cumplimiento de la Mitzvá de Tefilin, y una Mitzvá trae otra en su estela – encontrará consuelo.
 
Con estima y bendición,
 
M. Schneerson

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