¿Qué sucede en las calles egipcias? Detractores y partidarios de Mursi se manifestaron en El Cairo a unos kilómetros de distancia. En las provincias del Delta y Alejandría, la segunda ciudad del país, las protestas degeneraron en violentas escaramuzas. En la última semana, los enfrentamientos -que, según algunos analistas, conducen al país hacia la intervención militar o la guerra civil- han dejado ocho muertos y cientos de heridos. Sin embargo, mañana domingo es el verdadero 'día D'.
La campaña opositora 'Tamarrud' (Rebelión, en árabe), que ha anunciado este sábado haber reunido más de 22 millones de firmas exigiendo la dimisión Mursi, ha convocado multitudinarias manifestaciones. Desde hace semanas, el grito de "Vete" -el mismo que derrocó a Hosni Mubarak en febrero de 2011- y simbólicas tarjetas rojas inundan el país más poblado del mundo árabe. ELMUNDO.es desgrana las claves de una rebelión anunciada.
Mursi, el presidente de la Hermandad
Mohamed Mursi juró su cargo el 30 de junio de 2012. Su carrera hacia el palacio presidencial fue meteórica: Pasó de ser el repuesto sin carisma del candidato de los Hermanos Musulmanes, apeado de la competición electoral por los tribunales, a enfrentarse en una dramática segunda vuelta con el general jubilado Ahmed Shafik, un pez gordo del régimen de Hosni Mubarak. Ganó el pulso por la mínima (51,7%) pero para muchos su triunfo -el de una poderosa cofradía con 84 años de historia- resultó un alivio.
Durante los primeros meses, logró fortalecer astutamente su posición jubilando en agosto a la vieja guardia del Ejército y promocionando a una nueva generación de generales menos interesada por la política. Revertió alguna de las decisiones de la junta militar que habían limitado su margen de acción y descolló en política internacional al patrocinar el alto el fuego entre Israel y el movimiento islamista palestino Hamas.
Pero, con la miel aún en los labios por su victoria diplomática, Mursi tomó la decisión que inauguraría la actual polarización: Anunció un polémico decreto presidencial que blindó la redacción final de la Constitución con el boicot de laicos y cristianos. En diciembre, la Carta Magna logró el beneplácito popular en referéndum pero a costa de enfurecer a la oposición.
Desde entonces, sus detractores le acusan de gobernar sin sentido de Estado y servir a los intereses de los Hermanos Musulmanes y sus aliados salafistas (rigoristas musulmanes). Pero ni siguiera ha conseguido avanzar en lo que la oposición considera su proyecto de "islamización". "Lo más que ha logrado es colocar a sus hombres en ciertos puestos del Estado", explica a ELMUNDO.es Ibrahim Awad, politólogo de la Universidad Americana de El Cairo.
Un duro invierno económico
No solo el sectarismo de los Hermanos Musulmanes y su incapacidad histórica para compartir el poder ha encendido los ánimos. También, y sobre todo, la constatación de que un año después el país más poblado del mundo árabe se hunde en una aguda crisis económica.
"Todo ha empeorado. No hay gasolina y los cortes de electricidad son diarios. La economía se está deteriorando", apunta Ali Suleiman, un empresario de 50 años que se ha sumado a las protestas de Tahrir.
En los últimos 12 meses, un Gobierno con escasa formación económica ha sido incapaz de detener la sangría: La libra egipcia se ha devaluado un 10% desde finales de 2012; la tasa de desempleo real supera el 20% y se ceba con los jóvenes y la reserva de divisas extranjeras se han desplomado más de un 60% desde principios de 2011.
En los dos últimos años los intermitentes disturbios callejeros, la encarnizada polarización política y los desatinos de una laberíntica transición han empeorado los achaques heredados de la dictadura de Mubarak.
En 'Tamarrud' censuran que las arcas egipcias busquen soluciones temporales "mendigando" préstamos de la países vecinos. Libia, Qatar, Turquía e incluso Irak han depositado varios miles de millones de dólares en el Banco Central. Con el oxígeno del dinero fresco, las autoridades han mostrado poco interés en lograr el préstamo de 4.800 millones de dólares que llevan meses negociando con el Fondo Monetario Internacional y que obligaría a tomar impopulares medidas como el tijeretazo en subsidios o la subida de impuestos.
Para los opositores, Mursi no ha satisfecho dos de las proclamas de las revueltas contra su predecesor: Pan y justicia social.
Un embrollo de transición
A 30 de junio de 2013, la transición egipcia es un despropósito: La Cámara Baja fue disuelta en junio de 2012 y las elecciones legislativas que debían celebrarse la pasada primavera han sido aplazadas. El poder legislativo lo ostenta de manera temporal la Shura o Cámara Alta, un hemiciclo elegido por un 7 por ciento del censo electoral en 2012. A principios de este mes, el Tribunal Constitucional declaró ilegales la elección de la Cámara Alta y la composición de la Asamblea Constituyente.
La constitución aprobada en referéndum el pasado diciembre, es motivo de encarnizada división. "Ni los Hermanos Musulmanes están de acuerdo con lo que redactaron", precisa Awad. El Estado egipcio, adalid durante décadas del alma secular, ha ofrecido enormes resistencias ante la Hermandad y sus aliados salafistas. De hecho, Mursi no ha dudado en acusar a jueces y funcionarios de sumarse a la "contrarrevolución" de los hombres de Mubarak y obstaculizar sus supuestas reformas. La oposición formal, una amalgama diversa y poco operativa representada por el Frente de Salvación Nacional, tampoco ha conseguido vehicular el descontento popular.
Sociedad civil y prensa, amenazadas
El tejido asociativo y los medios de comunicación se han sentido amenazados. El pasado miércoles, Mursi atacó con nombre y apellidos a dueños de medios de comunicación que considera afines a Mubarak. Durante el último año, decenas de demandas presentadas por abogados islamistas han acusado a periodistas y activistas de insultar al presidente o difamar la religión. Sus huestes han protagonizado sentadas en la Ciudad de los Medios, un complejo que alberga a las afueras de El Cairo los estudios de la mayoría de las televisiones privadas.
El gremio cultural también se ha levantado en pie de guerra por lo que -a juicio- son tentativas de islamizar el arte. El nuevo ministro de Cultura, nombrado por Mursi el pasado mayo, ha lanzado una campaña para purgar las institucionales culturales de la supuesta corrupción. La salida de altos funcionarios de los Archivos Nacionales o la Ópera de El Cairo ha enfurecido a la profesión.
La ira de la sociedad civil no es menor. La Shura discute una controvertida ley de asociaciones y sociedad civil que aumenta el control estatal sobre la financiación y las actividades de las ONG y mantiene a la sociedad civil como un asunto de seguridad nacional.
Ni seguridad ni justicia
Durante su primer año en palacio, Mursi no ha dedicado ni un minuto a la reforma del aparato policial, denostado por su feroz represión de las protestas de 2011 y su leal servicio a Mubarak durante décadas para aplastar cualquier disidencia. Tampoco se ha satisfecho la sed de justicia de quienes murieron en las revuelta.
La mayoría de los oficiales de la policías juzgados han sido absueltos, empezando por los agentes que golpearon hasta la muerte a Jaled Salid, el icono que en junio de 2010 alentó el levantamiento. Y no solo eso. Episodios como la crisis de Port Said tras la condena a muerte de una veintena de vecinos presuntamente involucrados en la matanza del estadio de fútbol local demostraron que Mursi no ha erradicado los viejos tics en los cuarteles de policía. Junto a las denuncias de tortura, la población ha experimentado una creciente sensación de inseguridad en la calles.
Gedeón98 (Fuente: DIARIO EL MUNDO)
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