Rogelio Alaniz
Diario del litoral Santa Fe -Argentina
Israel es el único Estado en el mundo cuya existencia está amenazada. Esa “distinción” es exclusiva. Chile lo tuvo a Pinochet, Argentina a Videla, pero el rechazo al dictador nunca alcanzó a la existencia misma de la nación. Ese privilegio no existe para Israel. Gobierne la derecha o la izquierda, los religiosos o los laicos, la decisión de Hamas -y no sólo de Hamas- es arrojar los judíos al mar. Lo dicen, lo escriben e intentan hacerlo. Si no lo hacen no es porque sean bondadosos, sino porque no pueden.
“No vamos a permitir un segundo Holocausto”, me dijo un judío el otro día. De eso se trata: de un segundo Holocausto. Si Israel cae, cae la democracia, caen las libertades, pero sobre todo caen todos los judíos, incluso los que ahora se movilizan protestando contra Israel. La batalla de los judíos es, una vez más, por su supervivencia.
Y la supervivencia de un modo de vida que, de ser derrotado, significará una derrota para todos los que en el mundo defendemos los valores de la modernidad. No olvidarlo: hoy Israel es la única resistencia a la expansión de quienes pretenden el califato mundial o la islamización del mundo. ¿Exageraciones? Miren a su alrededor. Miren Eurabia. Miren Irán y el financiamiento a las bandas terroristas. Miren Siria, donde ya hay más de doscientos mil muertos. En la guerra de Irán con Irak hubo más de un millón de muertos. A nadie se le movió un pelo.
La misma indiferencia no alcanza a Israel. Cada batalla librada ocupa las primeras planas del mundo. Es que estar a favor o en contra de Israel es estar a favor o en contra de los valores que nos definen como personas. La pelea de Israel es la pelea por todo aquello que en su momento constituyó la identidad de una sociedad libre y abierta.
La de estos días no es la primera guerra que Israel libra contra los musulmanes. Desde 1947 a la fecha la constante han sido los combates. Los ganó a todos. O a la inversa; sus enemigos siempre perdieron.
Pero el lujo que pueden darse los árabes de perder una, dos o tres guerras, no se lo puede dar Israel. Hay que hacerse cargo de ese dilema, de la conciencia de saber que la más leve derrota es el fin. ¿Alguien tiene alguna duda al respecto? Las almas bellas que se agitan por los rigores de la guerra, ¿se han hecho cargo de lo que representa para una nación convivir con una condena a muerte?
David y Goliath. Ésa es la imagen que más se usa para graficar el conflicto. El problema es que para muchos Israel es Goliath, cuando en realidad es David. Su poderío militar, que -no olvidarlo- es al mismo tiempo el poderío de una cultura, de una civilización y de un orden social, no disimula el hecho obvio de que Israel está rodeado por cien millones de enemigos. ¿O alguien cree que los únicos enemigos que tiene Israel son los palestinos? Basta mirar el mapa de Medio Oriente para registrar las diferencias entre uno y otro. Israel dispone de veinte mil kilómetros cuadrados; sus enemigos superan los tres millones de kilómetros cuadrados. Israel suma siete millones de habitantes, sus enemigos superan los ciento cincuenta millones. ¿Quién es David y quién es Goliath?
Israel no quiere la guerra. No la necesita ni la desea. Tampoco quiere o desea explotar a los palestinos. Ha logrado un buen estándar de vida para sus habitantes que, lógicamente, están más interesados en disfrutar de los beneficios de la paz que de los rigores de la guerra.
Entregar la Franja de Gaza a los palestinos fue una elocuente señal de paz. Hamas no lo entendió así. Como toda organización terrorista supuso que ésa era una señal de debilidad de los judíos. Desde 2007 a la fecha arrojaron más de quince mil misiles. Que quede claro una cosa: las guerras siempre las iniciaron ellos, salvo que alguien suponga que Israel entregó la Franja de Gaza para después bombardearla.
¿Cómo actúa Hamas en Gaza? Como toda organización guerrillera. En primer lugar, supone que es la vanguardia del pueblo. Como dijera Mao, la guerrilla debe moverse en el seno del pueblo como el pez en el agua. Es lo que hacen. Sus comandantes y jefes no están en el territorio del combate porque deben preservar sus vidas; los combatientes disponen de armas y túneles donde refugiarse. Los únicos que carecen de estos beneficios son los palestinos que no son combatientes ni pertenecen a la élite política-militar.
Que usan de escudo a los vecinos es un dato que se desprende de la propia lógica terrorista. Ellos mismos lo justifican en sus textos. El concepto forma parte del imaginario del terrorista. Recurrir a los niños y a las mujeres, colocarlos en la primera línea de fuego es un recurso propagandístico e ideológico. Según este punto de vista, la causa que Hamas defiende es tan justa que hasta los niños están dispuestos a luchar por ella. El fanatismo religioso ayuda a elaborar el dolor de la muerte.
¡Paradojas de la vida! Quienes no han vacilado en sacrificar a sus jóvenes en atentados suicidas, a quienes no les ha temblado el pulso para ejecutar a sus propios disidentes, quienes se jactan de su instinto de muerte, se dan el lujo de presentarse ante las almas bellas de Occidente como víctimas.
Quienes prometen la dictadura del Islam, quienes responsabilizan a la Revolución Francesa, a la revolución rusa, al liberalismo y a los judíos de los males de este mundo, logran la hazaña política de ser respaldados por estas almas bellas que solícitos corren con sus culpas a jugar el rol de idiotas útiles de una causa que, en caso de imponerse, a los primeros que liquidará será a ellos.
En Israel mientras tanto la voluntad de combate cuenta con el apoyo de más del ochenta por ciento de la población. Nunca un gobierno de derecha gozó de tantas adhesiones. Netanyahu y Liberman no están allí porque dieron un golpe de Estado, sino porque expresan con su dureza y a veces su impiedad el deseo objetivo de su pueblo de no dejarse avasallar. No es una novedad decir que la derecha hace lo que la izquierda no sabe hacer o hace mal. Por supuesto, en este camino se toman decisiones desagradables.
La guerra es siempre desagradable. Lo es para los judíos como lo fue para los aliados en 1940. Claro que la guerra es fea, pero la experiencia histórica enseña que cuando se decide iniciarla hay que aceptar su lógica.
Se dice que la paz en Medio Oriente no se logrará por la vía de las armas. No estoy tan seguro. Por lo pronto, los períodos de paz conquistados en estos últimos sesenta años se lograron a través de las armas. Que después hubo formalizaciones políticas, es cierto, pero suponer que en Medio Oriente los conflictos se van a resolver pacíficamente, es una ingenuidad o algo peor.
En Israel hay manifestaciones en las calles contra la guerra. Periódicos, canales de televisión, dirigentes políticos e intelectuales se manifiestan en contra del gobierno de Netanyahu. Son una selecta minoría, pero una minoría libre. La pregunta a hacerse a continuación es la siguiente: ¿Dónde están los militantes de derecha o izquierda en Gaza? ¿Dónde están los diarios críticos o los intelectuales sensibles que interpelen a un régimen que no paga los sueldos, hambrea a sus habitantes y los usa de escudos humanos? Preguntas innecesarias, porque en la Franja de Gaza gobierna un régimen despótico, una dictadura islámica que no permite ninguna disidencia. De esa dictadura atroz las almas bellas no dicen una palabra. Y si la dicen se pierde en generalidades porque la preocupación no es Hamas sino Israel; la preocupación no es una organización terrorista de extrema derecha, sino Israel.
La guerra en Gaza en algún momento concluirá. En Medio Oriente ya se sabe que la paz que se firma es una pausa, porque la constante es la guerra. Israel sabe que deberá convivir con esta realidad durante varios años. No le envidio la suerte.
¿Están solos? Por lo menos no están acompañados de todos los que deberían acompañarlos. Pero tampoco esa ausencia les hace perder el sueño. Los judíos hace rato que saben que cuando las papas queman su destino es estar solos.
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