El 22 de mayo de 2013, un soldado británico cae asesinado a machetazos en un barrio londinense —es decir, en su tierra, Reino Unido— por dos inmigrantes musulmanes, o hijos de inmigrantes, al grito de Allahu Akbar, Alá es Grande.
Sin ánimo de resultar pedante, conozco bastante bien el islam y a los musulmanes después de algunos años estudiando su libro sagrado, los hadices y su discurrir histórico; de asistir a conferencias y seminarios, y de leerme toda la bibliografía que va saliendo en relación a esta doctrina diabólica.
Así, puedo afirmar que una de las más cruciales batallas que ya ha ganado el islam en Occidente en el curso de esta nueva y tercera intentona por recuperar sus tierras y sus almas para Alá o, lo que es lo mismo, en este nuevo proceso de invasión de las tierras profanadas por infieles para devolverlas a su naturaleza islámica —y todo ello sin tener que afilar no ya un solo alfange, sino tampoco una triste navaja de bolsillo—, ha sido la de hacernos creer que hay un islam bueno, cuyos fieles son tolerantes, pacíficos y abiertos a otras culturas, y un islam malo cuyos seguidores han interpretado muy mal el Corán ignorando su mensaje de paz y concordia entre «civilizaciones».
Gracias a ello, los musulmanes, cuyo único objetivo es la expansión y la imposición por todo el planeta de lo islámico siguiendo las ordenanzas del Libro —hasta lograr implantar lo que ellos llaman «Califato Universal»— han logrado fracturar a los no musulmanes en dos bandos:
- A.- El de aquellos que se han tragado que, efectivamente, hay un islam cuyo mensaje y obra son de paz, armonía y tolerancia, y un islam malo, terrorista, que nada tiene que ver con el «verdadero» y que no representa a la mayoría de los musulmanes.
- B.- El de aquellos que no sólo no nos tragamos tan colosal patraña —unos desde el conocimiento, otros desde el sentido común y la observación—, sino que además venimos denunciando y advirtiendo, con todos los medios a nuestro alcance, de la gravísima amenaza que supone para los pilares de nuestra civilización la expansión y el establecimiento del islam en Occidente, cosa que se está logrando por lo demográfico y no por lo militar como en las dos anteriores ocasiones.
De esta forma, los musulmanes han afianzado un enfrentamiento entre los no musulmanes por su causa.
Entonces, los no musulmanes del bando A defienden y justifican, la mayoría de las veces con exacerbada vehemencia, la presencia de musulmanes en Occidente por aquello del «enriquecimiento cultural» y so pena de acusarnos a los del bando B de racistas (1), xenófobos (2), islamófobos (3), etcétera.
En definitiva, los del bando A les están haciendo, de momento, el trabajo sucio a los musulmanes, el trabajo de abrirles camino en sus propósitos y el de enfrentarse directamente con sus detractores.
Mas siendo esto muy grave, no es lo peor. Lo peor es que estos mismos son los que insultaron, hostigaron, escupieron y agredieron a los peregrinos de las Jornadas Mundiales de la Juventud celebradas en agosto de 2011 en Madrid, e hicieron mofa y escarnio de su libro sagrado y de sus líderes espirituales.
Se deduce, pues, que para los del bando A ser islamófobo es cosa exclusiva de fascistas racistas, mientras que ser cristianófobo es un deber moral para cualquier demócrata, poco más o menos.
Por eso, y ya voy al tema del que quería tratar en esta nota, hoy hablaré de las regiones del islam y comenzaré definiendo de manera sucinta el concepto «dhimmí».
Un dhimmí, básicamente y para quien no lo sepa, es un individuo no musulmán en territorio musulmán y está sometido no sólo a la sharia o ley islámica, sino también a una presión tributaria de la que los musulmanes están exentos.
A buen seguro, a todos los que no hemos sido víctimas de la LOGSE, nos suena aquello del «Tratado de la dhimma», de tiempos en los que la calidad de la Enseñanza pública no consistía en aprender jugando, sino en programas de estudio que daban enorme importancia a las Humanidades y no se excluía de los libros de Historia el tema de la invasión musulmana de la España visigótica y menos aun el de la Reconquista. Léase sobre ello.
Así pues, para los musulmanes, los creyentes de las religiones de tronco abrahámico, como la suya, que viven en territorio musulmán o Dar al-Islam, son los dhimmíes o ahl al-kitab, mientras que los que vivimos en territorio aún por recuperar, que ellos llaman, o «casa de la guerra» —Dar al-Harb—, somos harbiyun, o sea, los infieles.
A su vez, Dar al-Harb se divide en cuatro regiones:
- Dar al-Ahd o territorio donde los gobernantes fomentan y profesan el islam. Se dice que este concepto está un poco desfasado porque se refiere a los estados cristianos que estuvieron bajo dominio otomano. Se traduce como «casa de la tregua».
- Dar al-Amn, también Dar al-Shul, o territorio donde los musulmanes tienen derecho a practicar su religión. Este concepto se refiere a todos los territorios no musulmanes donde los musulmanes pueden practicar su religión libremente. Lo que va quedando de lo que otrora fue España, puede servir de ejemplo de lo que es el Dar al-Amn. Se traduce como «casa de la seguridad».
- Dar al-Dawa o territorio donde el islam representa una minoría muy pequeña de reciente llegada y no gozan, por tanto, de reconocimiento legal. Este concepto se refiere a los territorios no musulmanes que permiten la inmigración musulmana, pero define un estadio incipiente, una fase en la que ni se notan. Las diecisiete lonchas en que está rebanada España ya han superado con creces esa fase. Se traduce como «casa de la invitación».
- Dar al-Hudna o territorio no musulmán que garantiza no ser atacado por el islam al someterse a una imposición tributaria cuyo imcumplimiento supone el inicio o la reanudación de hostilidades. Es el caso algunos países africanos como Sudán o Somalia. Se traduce con el eufemismo de «casa de la calma».
Observemos que todas las regiones del islam dependen de dos factores. Uno es el factor fuerza, el otro el factor demográfico y ambos van de la mano. Dicho de otra forma, así los musulmanes van proliferando en territorios no musulmanes, así esos territorios se irán islamizando, se irán acercando al Dar al-Ahd que aunque, como digo, ya desfasado, puede volver a no estarlo si permitimos que el islam vuelva a invadir nuestra civilización. Y vaya si lo está consiguiendo.
Los sucesos de mayo de 2013 en Londres representan el factor fuerza unido a una enorme proliferación demográfica de los musulmanes en Reino Unido. Hace dos o tres décadas, cuando los musulmanes eran una minoría insignificante y dicho país era Dar al-Dawa, los musulmanes no daban ningún problema, mas no por tolerantes sino por que no podían. En efecto, les faltaba el factor fuerza.
«Juramos por Alá Misericordioso que nunca pararemos de luchar contra vosotros», alegaba uno de los dos musulmanes ante una cámara con las manos manchadas de sangre y dos cuchillos en una de ellas, mientras al fondo yacía sobre la calzada el cuerpo decapitado de un soldado británico. Ni siquiera estos sicarios de Mahoma —el profeta pederasta, analfabeto y salteador de caravanas— huyeron de la escena del crimen. No tienen miedo. No nos tienen ningún miedo. Alá es grande.
Corán, sura 9 (al-Tawba o arrepentimiento) aleya 29:
«¡Haced la guerra a los que no creen en Alá ni en el último Día, a los que no consideran prohibido lo que Alá y Su Enviado [Mahoma] han prohibido y a aquellos hombres de las Escrituras que no profesan la creencia de la verdad! ¡Hacedles la guerra hasta que paguen el tributo, a todos sin excepción, aunque estén humillados».
Esto dejo escrito por hoy sobre este tema.
Nota
Recomiendo encarecidamente escuchar conferencias y charlas del catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, el arabista Serafín Fanjúl. Algunas de ellas se pueden encontrar en Youtube.
También recomiendo, no menos encarecidamente, el libro de la periodista y escritora Oriana Fallaci (D.E.P.), La fuerza de la razón.
(1) El islam no es una raza, por lo que criticar y/o censurar el islam no constituye un hecho racista.
(2) El islam no es un país, sino una ideología, por lo que rechazarlo no constituye un hecho xenófobo.
(3) La islamofobia es un sentimiento de rechazo hacia el islam que los musulmanes, sin ayuda de nadie, se ganan día a día con su modus vivendi totalitario y alto-medieval.
En cualquier caso, el término islamofobia lo acuñan aquellos que son favorables a la presencia y proliferación de los musulmanes en Occidente —o sea, los del bando A—, como una forma de inocular en la gente la tiranía de lo políticamente correcto para que admita lo inadmisible.
FUENTE: F. G. T
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