GEDEÓN98 (COLABORACIÓN EXTERNA DE ADRIAN. G. D.)
EDITH ZIRER: JOVEN JUDÍA A QUIEN EL FUTURO PAPA JUAN PABLO II RESCATÓ EN 1945
Cuando el Papa Pablo II visitó Yad Vashem, en el año 2000, se reunió con un grupo de sobrevivientes a los que saludó. Una fue Edith Zirer de Haifa. “Todo aquel que salva una vida de Israel, es como si salvara al mundo entero”, le dijo en polaco. “Me puso la mano en el hombro y me emocioné tanto. Así cerré el círculo”, contó.
Edith nació en el seno de una familia judía acomodada y culta de la ciudad de Katowice en Polonia. En vísperas de la invasión alemana a Polonia (1939) su familia huyó, trasladándose de lugar en lugar. “Nos escondimos en los techos de los campesinos polacos, entre las gallinas”, cuenta. Su padre y hermana fueron, luego, asesinados. Zirer quedó sola.
Trabajó en una fábrica para la elaboración de armas, en un campo de trabajo en la Polonia ocupada. “Laboraba 12 horas por día. Mi gran suerte era que hablaba buen alemán y mis jefes alemanes eran amables conmigo. De otro modo, hubiera sido mi fin”, cuenta. “Trabajé desde finales de 1942 hasta el 28 de enero de 1945. Estaba sola, sola en el mundo, en condiciones duras, con un frío helado, con un trabajo esclavo. Era pequeña, débil, sin zapatos, con los pies congelados”, cuenta.
Tras la liberación, en enero de 1945, estaba sentada en la vieja estación de trenes en Polonia, totalmente indefensa. “Delgada, llena de piojos, cansada y confusa. No había en mí ni una sola gota de vida. Estaba tirada, apática y sin movimiento” contó, con el tiempo, en una entrevista. “De repente, por sorpresa, se apartó de su camino un joven cura y se me acercó. Miré hacia arriba y vi, ante mí, a un cristiano vestido con una túnica marrón y sus ojos llenos de luz. Se dirigió directamente a mí, entre todas las personas que había sentadas en la estación y me preguntó por qué estaba allí sentada”, recuerda.
El joven cura era Karol Wojtyla. En 1978 fue coronado como Papa Juan Pablo I. pero, en aquel momento le trajo un té y un sándwich. “Estaba flaca como un palo, cansada y enferma. Hasta el día de hoy recuerdo el primer bocado. Terminé el sandwich y me dijo que me pusiera de pie, porque nos íbamos. No era capaz de mantenerme erguida sobre mis delgados pies. Me caí sobre el piso de la estación de trenes y el debió levantarme con sus manos”.
Wotjyla la cargó sobre sus espaldas alrededor de 3 km hasta la estación de trenes que la llevó a Cracovia. “Estábamos solos los dos, sobre las vías del tren, en la noche. Llegamos juntos, yo sobre su espalda, a la próxima estación de trenes”, dice. En Cracovia fue rescatada por una amiga de la familia y, luego, integró el grupo de cien niños huérfanos que rescató Lena Kuchler. Deambuló con ellos por Checoslovaquia y Francia. Kuchler solicitó a Zirer escribir un diario describiendo su vida en la Shoa. “No escribiré más sobre mi infancia”, narró Zirer en el prólogo de su diario. “En mi imaginación veo todo, todo el pasado y eso me duele mucho”. El estado de salud de Zirer en esos días no le permitió continuar la escritura de su diario. Fue firmado con una observación escrita por Kuchler: “El diario se interrumpe debido a que la fiebre cotidiana, los dolores de cabeza y un terrible ánimo, le dificultan a Edith la escritura”.
En 1951, Zirer emigró a Israel, donde estableció su familia y trabajó como mecánica dental. El libro de Kuchler, “Mis cien niños”, editado en 1958, fue muy vendido y traducido a muchos idiomas. Ambas mantuvieron la relación. En 1958, dos años antes de la muerte de Kuchler, le envió una copia de su libro con una dedicatoria personal: “A Edith y toda su familia, que con sus propias fuerzas se recompuso y construyó una familia y un hogar maravilloso en Israel, con mucho amor para una de las cien. Lena Kuchler. Givataim.”
Fuente: Haaretz
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